jueves, 31 de diciembre de 2015

El sueño de Jorge

Como cada cinco de enero, a Jorge le había costado dormirse. Tras la cena con sus padres, su hermana Laura y algunos invitados de la familia y amigos, había subido a su habitación entre tímidas protestas, ya que quería permanecer un poco más en aquel ambiente festivo. Un ambiente que no terminaba de entender, puesto que los mayores no esperaban regalos el día siguiente, pero sí celebraban una buena cena con un estupendo roscón final, que él había podido probar el primero, por ser –todavía- el menor de la reunión. Así que, cuando su padre insistió, se fue a su habitación.
En la cama, recordaba la cabalgata que había visto esa tarde, cómo había recogido caramelos colándose entre las piernas de algunos adultos y de qué manera le habían sorprendido los malabares de algunos acompañantes de los tres magos. Jorge ya tenía una edad en la que se cuestionaba cómo era posible que los reyes llegaran a todas partes, en una noche, y que hubiera cabalgata en la tele y en su pueblo al mismo tiempo. Pero no quería, como tantos otros niños, descubrir toda la verdad. Algunos compañeros de cuarto habían dicho cosas, sobre todo Raúl, que siempre quiere saber más que los demás, sobre ese tema. Pero Jorge no tenía prisa por entender todo aquello más allá de su vivencia personal, esa tarde en la cabalgata y una noche de nervios y de un insomnio paradójicamente agradable.
Ya dormido, no pudo evitar soñar –los sueños nos eligen, no al revés- con la vuelta al colegio, dos días después. Las vacaciones eran un paréntesis extraordinario, sobre todo las de navidad, con fiestas, reuniones con familiares a quienes veía poco, pelis en el cine… La escuela era otra cosa. Jorge iba a cuarto curso, como ya hemos dicho. Nada más volver de vacaciones iban a aprender a multiplicar y dividir por dos cifras, algo complicado según les había dicho su maestra. Jorge era bastante espabilado, y no tenía dificultad para entender las mates, ni las otras áreas. Ese no era su problema.
En su sueño, Jorge se veía en el patio, jugando con sus compañeros a fútbol, claro, ya que apenas jugaban a otra cosa en la media hora que duraba el recreo. Y marcaba goles, y le felicitaban. Y nadie le llamaba “orejones”, ni los mayores le estiraban de las orejas como una broma que poca gracia le hacía a él. Poca no, ninguna. En su sueño, Jorge era un niño con unas orejas pequeñas, casi diminutas, no las suyas que, ciertamente, sobresalían un poco de la cabeza y le daban un aspecto distinto. Si por lo menos, sus padres accedieran a que llevara el pelo más largo, se disimularía, pero lo primero era la salud y, como había habido algún caso de piojos en clase, Jorge llevaba el pelo cortito. Y los compañeros se metían con él, como se suelen meter con quien tiene un aspecto que lo diferencia: con el que más estudia, con el torpe al correr, con la más guapa, con los que se expresan con dificultad… Tantas diferencias que se juntan en las aulas de cualquier colegio y que conforman la realidad, necesariamente diversa, de un grupo de alumnos.
Pero a Jorge eso no lo consolaba, cansado como estaba de que su nombre, tan sonoro, con dos jotas, apenas apareciera en boca de algunos de sus compañeros, que lo llamaban “orejas” (cuando querían ser amables). Jorge jugaba al fútbol, donde no destacaba ni para bien ni para mal, porque quería estar con sus compañeros. A pesar de todo, o precisamente por eso, Jorge quería ser aceptado, ser uno más. Raúl no se lo ponía fácil, ni Carlos, el chupón y el que cortaba el bacalao en el tema futbolístico. No hace falta decir que ambos chavales consideraban un pasatiempo divertido fijarse en las orejas de Jorge, tratarlo con desdén, mostrar su superioridad, al menos en el patio. Así que Jorge, a veces, prefería quedarse en clase, diciendo a su maestra que no se encontraba bien, cosa que era cierta, pero no en un sentido físico: no se encontraba bien en el patio, que es el lugar donde se siguen reglas distintas a las de clase. En el aula, la presencia de la maestra garantizaba un respeto, al menos formal, para cada compañero. A veces, sin embargo, era la propia profesora quien, quizás sin darse cuenta, ponía en evidencia a un alumno, como a Éric, que no hacía casi nunca los deberes, o Petra, cuya letra provocaba dolores de cabeza a Marta, la maestra de la clase. Pero aquello era debido a no trabajar, a no poner todas las ganas. Jorge sí hacía todo, se esforzaba, incluso podemos decir que le gustaba aprender.
En diversas ocasiones, Jorge había hablado con sus padres acerca de este tema. Los padres habían intentado ayudarle, habían conversado con la tutora, y sobre todo le demostraban que estaban a su lado. Afortunadamente. La tutora intentaba, con buena voluntad, hablar a la clase sobre la aceptación de los compañeros. Pero en el patio… allí había otras reglas, como ya hemos dicho, unas reglas intemporales de abuso, menosprecio, exclusión… No sólo eso, evidentemente. Pero algunos las aplicaban implacablemente sobre el resto: los mayores siempre tenían razón, el fuerte dominaba a los débiles o menos animosos…
Imagen del patio del colegio de Berriozar, Premio de Arquitectura Escolar
http://struckarquitectos.com/escuela-infantil-en-berriozar-navarra/
Entre el profesorado, había también diferencias. Maestros que intervenían siempre que se les requería ante un conflicto, otros que disimulaban y que quitaban importancia, algunos que directamente decían “No te puedo ayudar”. Algún profe consideraba que los mayores tenían derecho a mandar, puesto que antes habían sido los peques y ya les tocaba. Otros querían que las normas fueran para todos y todos los días. En conclusión, Jorge muchas veces se sentía solo. Y, lo que es peor, aislado.
Por eso, su sueño era agradable: tenía éxito en el patio, nadie se metía con él, todos le llamaban por su nombre, Jorge, Jorge, Jorge…

Se despertó contento y nervioso: era la mañana de Reyes y seguro que habría juguetes abajo, en el salón. Era temprano. Además, aún faltaba un día entero para volver al cole.

Balance desencantado de 2015

Reconozco que este artículo supone una novedad para mí. A lo largo de los casi cuatro años de este blog, nunca me he planteado hacer balance de un año natural. Hay diversas razones para no hacerlo: los docentes hacemos balance (en todo caso) al final del curso académico, el 30 de junio para mí, no el 31 de diciembre. Esa diferencia de criterio lleva a situaciones como que el dinero asignado a los centros se cuenta por año natural, mientras que el ejercicio real acaba en julio. Una incongruencia, quizás, sometida al presupuesto del sistema educativo, pensado burocráticamente. Pero no es ese el motivo de este artículo.
Terminamos un año, en la política educativa, con cambios importantes en el gobierno de diversas comunidades autónomas desde junio: Valencia, Baleares, Extremadura, Castilla-La Mancha… con ejecutivos reticentes o abiertamente contrarios a la LOMCE, ley que se está mostrando ineficaz, antigua y poco pensada –muy poco debatida ya sabíamos que había sido-. Por tanto, se ralentiza la aplicación de la misma, y en comunidades como la mía, la valenciana, se da marcha atrás a decisiones como la aplicación obligatoria del horario de treinta sesiones semanales de cuarenta y cinco minutos en primaria, dejando a los centros la decisión sobre el diseño del horario, de veinticinco o treinta sesiones. Además, se han tomado iniciativas para ayudar a las familias en el pago de libros de texto, favoreciendo el buen uso al dividir la cantidad en dos pagos separados al principio y final del curso.
Por otra parte, en el partido gobernante hasta ahora se dan cuenta –por fin- que el boquete abierto por Wert en el sistema educativo, el descontento de gran parte del profesorado con el ninguneo, los recortes en personal y el vaivén legislativo constante a que se ve sometido, han creado un problema a solucionar. Hasta ahora, se recurría, sobre todo en CC. AA. como Madrid y Valencia, a desacreditar al profesorado (Fígar y Font de Mora tienen un lugar destacado en las pesadillas de muchos docentes). Otra estrategia consistía en apuntarse cualquier dato positivo –como la disminución del abandono temprano, lógica en un contexto de crisis económica prolongada con altísimo paro juvenil- como fruto de las reformas emprendidas, y dejar la responsabilidad de lo negativo (PISA, por ejemplo, o los problemas de convivencia escolar) al profesorado.  
La salida de Wert del ejecutivo –con el índice de aceptación pública mínimo en el gabinete- ha propiciado la llegada de Íñigo Méndez de Vigo, con un perfil más dialogante (cosa que no era difícil) y con menor propensión a pisar todos los charcos que encuentre en su camino. Recurrir a José Antonio Marina para que elabore un Libro Blanco sobre educación parece un gesto hacia la distensión o el desbloqueo a que nos ha llevado la LOMCE. Ya sé que hay reticencias hacia el contenido concreto del texto, pero su mera existencia ya me parece positiva. Y algunas propuestas, como regular la carrera docente –absolutamente plana en la actualidad- tienen buena pinta, si se atiende a criterios claros y no se promociona el abandono del aula como recompensa última o única. Obviamente, si no se escucha al profesorado y sólo se tienen en cuenta esas propuestas de Marina, poco habrá cambiado con respecto a la situación anterior.
Creo que hemos llegado a un punto insostenible en educación, desde la perspectiva de la política educativa. El sistema resiste, porque aguanta todo, ya que la “clientela” está asegurada de seis a dieciséis años, y sabemos que se alarga por arriba hacia el bachillerato, y hacia abajo con la educación infantil. Otra cuestión es si el sistema público, no concertado, puede soportar tantos cambios que se añaden a otras problemáticas propias de su carácter abierto sin deteriorarse del todo. No soy apocalíptico ni especialmente crítico –quienes tenéis la bondad de seguir este blog habitualmente lo sabéis- pero sí me encuentro desencantado, decepcionado y un tanto asombrado ante la falta de responsabilidad de los políticos sobre educación. Y me toca de cerca, claro. He de dar una artificial separación entre ciencias naturales y ciencias sociales en primaria, con un currículum inadecuado que ha dejado de lado lo cercano y propone contenidos inabarcables para niños de nueve y diez años. Tengo que ver cómo sólo una parte del alumnado cursa Valores Sociales y Cívicos mientras la otra estudia Religión y Moral Católica, cuando el área de Valores debería ser para todos. Tenemos problemas para coordinarnos porque el diseño de la comisión de coordinación pedagógica es inadecuado y han desaparecido los ciclos para que los alumnos puedan repetir en cada uno de los seis cursos de primaria… Temas todos que he comentado por aquí, además de criticar la evaluación de tercero, cuyos resultados, por cierto, aún no conocemos.
Y he de confesar algo: mi decepción llega al punto de considerar la política del mismo modo que la política trata mi profesión docente: con menosprecio. Me ha costado mucho ir a votar en estas últimas generales. Y esto lo dice alguien que siempre ha creído en el sistema democrático, y que ha votado con regularidad desde el referéndum de la OTAN, en el que pude participar con dieciocho años cumplidos (para los más jóvenes, fue en 1986).
Por resumir, un año de cambio político en muchas comunidades autónomas con competencias en educación y con previsible recambio en el gobierno de España. Veremos si, tras la tierra quemada de los últimos tiempos, hay capacidad de consenso en educación, más allá de la insistencia de Ciudadanos durante la campaña electoral en plantear este tema en los primeros cien días del nuevo gobierno. Cuando lo haya, claro. No podemos seguir como hasta ahora, con los centros abandonados a su suerte, desconocimiento de la realidad educativa y mucho teatro político en el escenario privilegiado que es el sistema educativo. Nos jugamos mucho como sociedad, a pesar de cierta indolencia colectiva en este asunto de la educación, y no sólo a nivel de empleabilidad, que era el pobre argumento del Partido Popular para defender su ley.

La incertidumbre que han abierto las elecciones del 20-D indica un posible cambio –otro más- en la legislación educativa, con la derogación de la LOMCE (la ley que no debió existir nunca). Supongo que habrá, de facto, una damnatio memoriae del ministro Wert y su terrible gestión, y se podrá pasar página. Mientras tanto, otros cuatro años perdidos. La responsabilidad, o la falta de ella, está repartida, eso sí; desde la LOCE de Del Castillo en 2002 (no aplicada totalmente por la derogación socialista de 2004), pasando por la LOE de 2006 (reformada parcialmente por la LOMCE), hasta este momento de transición, la inestabilidad legislativa, aderezada con referencias interesadas a PISA, han sido el pan nuestro de cada día. Y créanme, ya estamos hartos de pan.

sábado, 12 de diciembre de 2015

La biblioteca de aula en primaria: cuestión de animarse

La animación lectora ha sido tratada en diversas ocasiones en este blog, que siempre ha tenido en la lectura uno de los temas de reflexión didáctica. En el presente artículo, queremos tratar un instrumento fundamental en la creación del hábito lector en el alumnado: la biblioteca de aula. En los CEIP, se ha de cuidar con mimo ese espacio de la clase destinado a los libros. En secundaria, con otra organización más parcelada, la biblioteca de centro es la referencia. También en primaria, evidentemente, tiene importancia la biblioteca escolar, pero se complementa con la de aula, que es la primera referencia del alumnado. Hoy intentaremos ver qué clase de libros componen una biblioteca de aula, y en una próxima ocasión hablaremos de su organización y distribución más adecuadas.
Mucho hemos comentado acerca del mecanismo para comprobar si se leen los libros que se toman prestados, y es conocida nuestra postura de no controlar de manera directa la lectura por placer, como no solemos interrogar a nuestros hijos o sobrinos sobre la película que han visto en el cine o en la tele, y mucho menos darles un cuestionario. Hemos de distinguir la lectura voluntaria de aquella que forma parte de un plan de estudios, bien como ejercicio de comprensión en el aula o como práctica de lectura colectiva, en clase o en casa. Es más útil contar con la colaboración de las familias, que pueden informar sobre la actividad lectora de los alumnos en el hogar, o comprobar si aumenta el nivel lector de cada alumno, en relación con los libros que se lleva de la biblioteca de aula o de centro. Normalmente, habrá una relación positiva entre ambos factores: a más lectura en casa, mejor comprensión y verbalización; pero también al revés, a más nivel lector, más libros leídos, puesto que la lectura no supone una actividad difícil, sino todo lo contrario.
Hemos afirmado en muchas ocasiones que la enseñanza de la lectoescritura no puede circunscribirse al aula; en ella transcurren momentos importantes, pero no únicos. No se puede llegar a maestro del ajedrez jugando sólo en las clases que se reciban; tampoco se puede ser lector competente leyendo sólo en el aula. Y en ese espacio, un tanto indefinido, de la seducción y la voluntariedad, se juega una partida en favor –o no- del hábito lector.
Es una cuestión de paciencia, pero no sólo de eso. Como suelo decir a mis alumnos en plan jocoso, algunos de ellos sólo leen voluntariamente la marca del yogur cuando lo cogen del frigorífico. Y se trata de cambiar esa conducta, sin imponer, pero ofreciendo alternativas. Como oí una vez en una charla sobre educación, un lord inglés reflexionaba sobre la bondad de las fresas con nata –ese refrigerio tan habitual en el torneo de tenis de Wimbledon- y la pesca; no entendía que los peces prefirieran vulgares gusanos, tan poco atractivos, para picar el anzuelo. Y concluía que, para pescar, hay que adaptarse a lo que les gusta a peces, no a nosotros mismos. Idéntico razonamiento podemos hacer con la animación lectora.
Si el alumnado, en general, encuentra inspiradísimos los libros de Gerónimo Stilton, habrá que proveer la biblioteca de aula con ejemplares de las aventuras ratoniles, algo sencillo de hacer ya que diversos periódicos nacionales han promovido la venta de libros de la serie a precios asequibles. Pero habrá que pensarlo, buscar un quiosco, hacerse cargo… Nada que no pueda hacer un docente con ganas.
Otrosí podríamos decir del cómic: considerado lectura “no seria”, se ha revalorizado en los últimos tiempos, aunque siempre ha constituido un buen punto de partida hacia lecturas más extensas. Recuerdo la serie de aventuras de la editorial Bruguera con las que crecí, que combinaban texto con páginas de cómic intercaladas cada cierto número de páginas. O los libros de divulgación, tipo “365 preguntas y respuestas sobre…” ¿Por qué no son un elemento válido para dedicar quince minutos de lectura atenta cada día? Lo son, sin duda. Limitarse sólo a la narrativa infantil, en forma de cuento o novela, cierra puertas a otras alternativas que pueden interesar a algunos alumnos.
La poesía constituye otro de los géneros que debería estar presente en una biblioteca de aula, puesto que abre muchas posibilidades a la expresión, la sensibilidad y el juego con el lenguaje, tanto a nivel semántico como fonológico. La poesía ha sido la “hermana pobre” de la educación formal en primaria, y sólo el estudio reglado de nuestros grandes poetas en secundaria la rescatan, aunque no para su disfrute.
Por último, mencionaremos las versiones adaptadas de clásicos, estupenda manera de conocer por primera vez a los grandes de la literatura, y cuya oferta ha crecido últimamente con efemérides como el aniversario de la publicación de El Quijote.

Podría pensarse que todo lo anterior requiere un gran presupuesto, pero no es así. Hay maneras de contribuir a la biblioteca de aula: la colaboración de las familias, el préstamo de la biblioteca de centro, convenios con bibliotecas municipales, incluso con organizaciones dedicadas al fomento lector, sin olvidar las contribuciones que las editoriales pueden efectuar en ese sentido. Como decía anteriormente, las ganas de formar lectores son el mejor activo para una buena animación lectora.

domingo, 6 de diciembre de 2015

La evaluación del profesorado: otra vez la casa por el tejado, no

Aún colea el revuelo formado por José Antonio Marina y su libro blanco sobre educación, un informe hecho por encargo del Ministerio de Educación, en el que reflexiona sobre el papel del profesorado, entre otros asuntos. Vaya por delante que considero adecuado y positivo que se hable de la docencia como factor determinante en el conjunto del sistema educativo. Supone un cambio con respecto a la postura adoptada por los redactores de la LOMCE, ley que obvia el papel docente en el éxito escolar, o lo desprecia directamente, al confiar en evaluaciones externas que habrían de disciplinar a maestros y alumnos. Una de las quejas más fundadas de muchos profesores es la indiferencia que el ministerio dirigido por José Ignacio Wert (en la época en que se redactó la reforma) demostró de manera sistemática y reiterada hacia la docencia. Un error más, dentro del enorme fallo que ha supuesto la LOMCE, como intuyen incluso políticos conservadores, deseosos de pasar página con respecto a la etapa de Wert, el ministro peor valorado en todas las encuestas en la que fue incluido, hasta que abandonó el gabinete. El “fichaje” de Marina se encuadra en esos intentos por mostrar un rostro más amable y una actitud más dialogante en educación. Aunque la reforma, por desgracia, sigue vigente, y ya no puede ocultar sus carencias y deficiencias, que podrían haberse evitado consultando al profesorado de cada etapa implicada. Fijémonos en cómo se han hecho las cosas en primaria.
Acróbatas en el circo, Fernand Léger, en wikiart.com
Tras su aplicación en los dos últimos cursos, podemos concluir que existía un desconocimiento enorme del funcionamiento de los centros de primaria, que habían interiorizado los ciclos como manera de organizarse de modo eficaz, a pesar de los pesares. Eliminar la estructura cíclica sin una razón de peso –no la dieron los reformadores- ha sido un cambio gratuito, ya que no se ha pensado seriamente en otra organización capaz de garantizar una coordinación pareja a la anterior. Si el motivo era facilitar la repetición de curso en los niveles impares, bastaba con una modificación en ese sentido que la permitiera de manera generalizada, a criterio del equipo docente. Asimismo, un órgano colegiado como la comisión de coordinación pedagógica, se ha desdibujado con la extinción los ciclos. La redacción de la ley es confusa, a mi entender, en la composición de la CoCoPe: un maestro por nivel, elegido por la dirección, para cuatro años; pero, normalmente, el docente sube y baja de nivel, con lo que no puede mantenerse como representante de un determinado curso durante ese período. La reforma indica que un tutor o tutora permanecerá, como mínimo, dos cursos con el mismo alumnado, pero sin especificar qué niveles. Además, habrá una representante de la etapa infantil, no una profesora de cada nivel (aquí parece que se mantiene la idea de ciclo, porque la reforma no modifica nada de este período fundamental de tres a cinco años).

Como consecuencia de la desaparición de la distribución anterior, se pueden multiplicar las reuniones de coordinación, y los profesores especialistas –ya no adscritos a ningún ciclo, pues no existen- han de dividirse si quieren asistir a todas las reuniones de nivel. Un lío. Otra opción es celebrar reuniones de etapa, con todo el profesorado que imparte clase en cada una; pero esto supondría aumentar la distancia entre las etapas de infantil y primaria, y deberíamos avanzar en el sentido contrario. Y, no lo olvidemos, si se dificulta la coordinación, siempre habrá quien propondrá rebajar el tema, disminuir el número de reuniones, dejar pasar un tiempo mayor entre las mismas, en una nueva versión de la paz del cementerio: nadie se mete con nadie, porque todos están muertos. 
Evidentemente, tras esta indiferencia y prepotencia mostradas por los gestores del ministerio hacia los que estamos a pie de obra, se entiende mal que las propuestas de mejora presentadas por José Antonio Marina se centren en la evaluación del profesorado, más que en tenerlo en cuenta de manera efectiva, sobre todo cuando se legisla acerca de sus condiciones de trabajo. La organización escolar determina mucho lo que ocurre en los centros. Y, no lo olvidemos, la coordinación docente es uno de los factores más importantes para mejorar el conjunto del sistema educativo. Otra vez la casa por el tejado, no; la educación española no podrá resistir más ocurrencias.

Sala de profesores: un retrato con sombras

Retomamos el blog con uno de sus epígrafes de más éxito, cine y educación. A lo largo de los ya casi doce años de esta aventura de opinar so...