lunes, 2 de diciembre de 2013

Hacia una auténtica accountability en educación


Winter Window, Charles Sheeler
Hace unos meses, tratábamos en este mismo blog el tema de la accountability, de la rendición de cuentas, como también se ha traducido en nuestro idioma. Veíamos que, en ámbitos anglosajones, se había sometido a los centros a un escrutinio sobre cómo rentabilizaban sus recursos, tanto en el aspecto académico como en el económico, ya que la autonomía escolar es mucho mayor en sistemas educativos como el británico. También considerábamos la influencia que, a nuestro parecer, ha tenido esa petición de cuentas en la reforma LOMCE, aprobada ya a todos los efectos por la mayoría absoluta popular, sin ningún otro apoyo, como sabemos.
Hoy nos gustaría dar otro sentido a la rica semántica del término accountability; en ámbitos sociales que propugnan un mayor control sobre la acción política, se traduce esta palabra inglesa por "transparencia". Y esto es así porque presentar las cuentas es, efectivamente, un acto que permite, en principio, conocer en qué se ha utilizado el dinero público, cómo se ha administrado, qué líneas han sido las preferidas, más allá de la retórica que acompaña el juego político-administrativo.
Esta exigencia se amplía a otros campos de la acción social, tanto de los gobiernos como de los organismos que administran fondos o que influyen, de alguna manera, en la esfera pública. En ese sentido, la educación cumple los requisitos para ser incluida en el ámbito de la transparencia, de la explicación, de la respuesta sobre lo hecho (y sobre lo omitido).
Un primer espacio para la responsabilidad lo ocupa el aula, la tutoría, la interacción entre docente y alumno, entre docente y grupo. En esta relación encontramos, no pocas veces, opacidad, falta de información, cuando no abierta hostilidad. Por ambas partes; pero nosotros, como docentes, debemos preocuparnos sobre todo por facilitar el acceso de los padres, de los alumnos cuando tienen edad, a la información que les concierne. ¿Y esto cómo se hace? No hay que ir muy lejos, ni cambiar todo el organigrama de un centro. A continuación daremos algunas ideas que hacen más sencilla la transparencia docente.
Las reuniones trimestrales colectivas, que en muchas normativas educativas son preceptivas, constituyen un momento privilegiado para dar explicación de lo acontecido durante el trimestre, de lo conseguido y de lo pendiente. En infantil y primaria, el tutor o tutora tiene un contacto directo y continuado con los alumnos, lo que permite disponer de mucha información. En secundaria es más complicado, hay que recoger datos y opiniones de más docentes para ofrecer una visión de conjunto, puesto que el tutor sólo comparte un área con sus tutorizados. De todos modos, si la reunión se plantea como un ejercicio de transparencia, los resultados serán beneficiosos para todas las partes. Si, por el contrario, sirven para resaltar lo que no se hace, o se consideran un trámite burocrático que se despacha en media horita, poco avance habrá. 
Estas reuniones, por cierto, deben adaptarse al horario de los padres, no tanto al de los profesores. Convocar la reunión a las doce de la mañana, o a la una, puede conllevar escasa asistencia por parte de los convocados. Si la reunión se fija para las siete de la tarde, por ejemplo, es posible que acudan más padres tras su jornada laboral. Esto mismo puede decirse en las reuniones individuales. 
No estamos planteando que los docentes pasemos las tardes en el centro, sino que podamos planificar nuestra atención a padres teniendo en cuenta los horarios de trabajo. Y creo que todos podemos disponer de una tarde al trimestre para conseguir una mejor comunicación entre familias y escuela.
Otro aspecto que merece transparencia es la actuación global del centro, la toma de decisiones del claustro -cuando se les permite hacerlo- y del equipo directivo. En este sentido, el declive de los consejos escolares como órganos de debate y lugares de asunción de responsabilidades compartidas nos lleva a no ser optimistas. Sin embargo, una escuela que busque la participación de las familias, no sólo su aquiescencia indolente o resignada, ha de plantear un consejo escolar fuerte, que pueda ser escenario de la explicación de las líneas estratégicas del colegio, sean éstas tácitas o explícitas. Si no, estaremos donde siempre, cada uno en su trinchera, y la transparencia será cubierta por la densa niebla de la desconfianza. Como tantas veces.

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