sábado, 12 de octubre de 2013

Hannah Arendt tendría Twitter (Ciudadanía y Twitter)

El concepto de ciudadanía goza de buena salud mediática: se habla mucho de ella, y –según algunos políticos- para ella. La ciudadanía puede referirse a la totalidad de ciudadanos, de personas que cohabitan en un ente político. También es una condición, un grupo de ideas. De hecho, se enseña en los colegios, ya que existe un área curricular –hasta que la reforma Wert acabe con ella- que se denomina “Educación para la ciudadanía”. Pero seguimos dándole vueltas a qué es la ciudadanía, más allá de un conjunto de derechos y obligaciones para la vida en común dentro de un determinado territorio. ¿Hay una única manera de ser ciudadanos? ¿O hay margen para la diferenciación, para ejercer los derechos de manera distinta? ¿Qué significa hoy la ciudadanía? ¿Hemos pasado, como sostiene  Bauman, de ciudadanos a consumidores, y sin posibilidad de consumo no se ejerce realmente la ciudadanía? Es cierto que el centro comercial-ese espacio que siempre es el mismo, aunque esté a cientos de kilómetros de distancia de otro- ha tomado el lugar de la plaza pública, uniendo irremisiblemente ocio y consumo, marcando la diferencia entre los que están –y gastan- y los que no pueden estar, porque no tienen medios. ¿Se ha vaciado de sentido la ciudadanía? No es la única cuestión que se me ocurre. ¿Por qué se ha empobrecido la esfera pública y se ha embrutecido tanto la generalidad de medios de comunicación, factores determinantes en la creación de la misma? La banalidad y, mucho peor, la zafiedad que a veces se escuchaba en los corros de vecinos sentados al fresco se ha trasladado a la televisión y, en menor medida, a las radios, dando la razón a quienes como Sartori clamaban contra “la sociedad teledirigida”. Los mensajes políticos se han trivializado hasta volverse consignas intercambiables que los profesionales de la política utilizan sin miramiento ni recato hacia la inteligencia ciudadana, considerada mera telespectadora. Si reparamos en la ciudad como espacio compartido, la perspectiva no mejora demasiado. La separación entre barrios, la proliferación de lugares de paso (los no-lugares de Augé), la sospecha hacia los otros, la incomunicación como manera tácita de ignorarse... son características que ponen en cuestión un ejercicio activo de ciudadanía, más allá de la posesión nominal de un cierto estatus legal.
En medio de esta situación, internet se ha constituido como un espacio virtual participativo, como un espacio público diferente, con capacidad alternativa a los medios de comunicación tradicionales, que conscientes de ello, han intentado entrar en la red, por una parte, y que las redes sociales participen en su programación, por otra. Un hecho relevante es la transformación del papel pasivo del receptor en cuanto a la creación de contenidos. En la cultura del libro, o en el primer internet, se delimitaba la diferencia entre creador (escritor, investigador, programador...) y audiencia. Hoy en día, todos podemos ser prosumidores, es decir, creadores al tiempo que consumidores de información. La proliferación de los blogs es un ejemplo de lo que decimos: no sólo es estar, sino participar, crear entre muchos unos contenidos y exponerlos públicamente, construyendo un procomún al margen de la distribución comercial.
Twitter, según tengo entendido, empezó siendo un microblog compartido, un espacio virtual de microblogging. Este espacio está basado en la diversidad de intereses, pero también apoyado en la igualdad como usuarios de la red social. Y éste es un punto relevante que Twitter posee: los usuarios tienen las mismas condiciones de uso, tengan veinte seguidores o cientos de miles. Hay libertad para piar, para no hacerlo, para seguir y dejar de seguir... Además, la inmediatez está asegurada, con lo que Twitter ofrece un aspecto dinámico que Facebook no conseguirá nunca (a no ser que entendamos que un chat privado puede ser alternativa). La política acerca de los mensajes directos asegura que puede haber confidencialidad y que es deseada –o permitida, al menos- por ambas partes. La red, y Twitter específicamente, ofrece espacio virtual para el intercambio de opiniones, para el debate, para la confrontación, y también para la ocurrencia, las relaciones personales, el intercambio de datos, y para la difusión de contenidos a través de enlaces incluidos en los tweets. La diversidad que encontramos, como decíamos antes, es enorme: estetas del lenguaje, profetas del apocalipsis, profesionales interesados por su sector, viajeros en un egotrip interminable, curiosos sin más, famosos que quieren estar... La lista seguiría, sin duda. Y si hablamos de las bios, podríamos dedicarle un libro entero. Pero no es el caso.
¿Cómo puede Twitter ayudar, cooperar en la creación de una ciudadanía activa, esto es, personas capaces de ejercerla y no sólo poseerla? Maite Larrauri, al explicar la postura de Hannah Arendt sobre el espacio público, dice lo siguiente: “La igualdad de desiguales utiliza el diálogo y no la fuerza para persuadir, para convencer. Pero tomar la palabra, proponer una acción para cambiar algún aspecto de la sociedad, emitir un juicio sobre alguna iniciativa requiere valentía. Esa es la gran virtud política: la valentía de exponerse en el escenario público a la vista de los demás. Se corren riesgos que no existen en el interior de las casas, de las cabezas: el riesgo de no ser entendido, de no ser secundado, de equivocarse, y todo ello puede incluso afectar a la seguridad personal.”[1] Cuántos de nosotros, docentes, hemos sentido la responsabilidad de tomar la palabra en nuestros claustros y proponer mejoras, innovaciones, o denunciar prácticas mal ejecutadas o directamente injustas, quizás ante el silencio indolente o cómplice de muchos compañeros, que prefieren guardar la ropa, dejar para el pasillo sus comentarios. Intervenir en un claustro es exponerse a la vista –y al juicio- de los demás. Hacerlo en Twitter es distinto, aunque también similar. En el claustro nos rodean personas con las que compartimos, al menos, el lugar de trabajo. Muchas veces nos conocemos, puesto que el centro cuenta con treinta, cuarenta profesores. En otras, la relación no es tan directa, porque el número de docentes lo dificulta. Las repercusiones personales de nuestra intervención son inmediatas –en forma de desaprobación, o de acuerdo, o de aceptación- y más a largo plazo: nos vamos creando una reputación en el claustro, que los muditos no tendrán. En Twitter se habla para el conjunto de usuarios, también para los que no nos siguen, puesto que un RT, un FAV, pueden hacer llegar nuestra opinión a muchos más. Normalmente, a diferencia de Facebook, en Twitter se sigue a alguien sin conocerse personalmente, por la calidad de sus tweets –sería el motivo más lógico o loable- o por otra circunstancia: son famosos, tienen muchos seguidores, nos conocemos de otros sitios...
Sabemos que Arendt tenía un sentido amplio de la actividad política, no circunscrita a la práctica partidista, sino ligada a la existencia de un espacio público constituido, con poder, como nos recuerda en “La condición humana”. Por tanto, al hablar de política no nos referimos sólo a la confrontación entre fuerzas parlamentarias, ni al debate de ideas o propuestas nacidas de los partidos. Esa es una visión reducida. Estar –y opinar- en Twitter es un acto político en cuanto participación en una esfera pública. Y opinar, lo sabemos, incluye redifundir y marcar como favorita la afirmación de otros. La usuaria que nos bombardea con frases cursis, que sólo habla de sentimientos o de relaciones amorosas, está, de algún modo, dándose a conocer, tomando la palabra. Está sometiéndose a un escrutinio, que puede verse reflejado en el número de seguidores, aunque sabemos que este criterio no siempre indica la calidad del contenido. Contribuye, con sus tweets, a crear un discurso, su discurso sobre los temas que le interesan.
No somos ingenuos. Twitter no es una “sociedad perfecta”, no la estamos idealizando. Encontramos zafiedad, ruido, miseria. Gente que se alegra de la desgracia ajena, o que justifica lo injustificable. De no ocurrir esto, no habría diversidad ni conexión con la sociedad existente. También hay quien sólo sigue a los que piensan como ellos, comparten un mismo pensamiento político –incluso lo incluyen en sus bios, tan exhaustivas que parecen una advertencia a incautos, despistados usuarios capaces de seguirles sin comulgar con sus ideas- porque, como hemos dicho varias veces, éste no es un modelo perfecto, sino humano. Evidentemente imperfecto. Claramente perfectible. Con aportaciones de todos. Sobre todo, con aportaciones valientes, capaces de crear debate y llevar a cabo iniciativas que pueden ser compartidas. En estos tiempos líquidos, sin relatos constituyentes ni instituciones intocables, quedan las aventuras de la diferencia, por citar a los postmodernos (ya hasta Vattimo o Lyotard nos parecen desfasados en esta cultura hiperconectada).
En “La condición humana” la pensadora alemana afirma que la acción y el discurso constituyen los elementos verdaderamente humanos de estar en el mundo, de significarse humanamente. La acción contiene en sí la capacidad de cada persona de hacer algo nuevo, distinto del producto, propio del trabajo. Imaginemos la potencialidad del uso de Twitter, su influencia, su amplitud de relación –y la variedad de espacios de cooperación posibles. @elbazardeloslocos es un ejemplo magnífico. No olvidemos que, aparte de todo, Twitter es un lugar donde puede surgir la ayuda, la escucha, el acompañamiento. Si otorgamos un sentido dinámico, práctico y no sólo legal, a la ciudadanía, Twitter es un elemento que contribuye a ese ejercicio. Nos retrata, nos expone. Como Arendt sugería, nos humaniza. Quizás es lo posible en estos tiempos.







[1] La libertad según Hannah Arendt, Maite Larrauri. Tándem, 2001. Valencia. Página 46.

Sala de profesores: un retrato con sombras

Retomamos el blog con uno de sus epígrafes de más éxito, cine y educación. A lo largo de los ya casi doce años de esta aventura de opinar so...